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GOETHE

JOHANN WOLFGANG GOETHE

Figura monumental del prerromanticismo y de las letras alemanas, Johann Wolfgang von Goethe se cuenta entre los grandes genios de la cultura de Occidente. Hijo de un funcionario público, empezó a escribir poemas y dramas mientras estudiaba leyes, primero en Leipzig, de 1765 a 1768, y más tarde en Estrasburgo, de 1770 a 1771. Introducido por Johann von Herder a las obras de Shakespeare y a la crítica del neoclasicismo, escribió, tras graduarse como abogado, la tragedia Gotz von Berlichingen (1773), precursora del movimiento literario Sturm und Drang, que daría origen al impetuoso romanticismo alemán.

Un año más tarde, Las desventuras del joven Werther, erigió con la trágica historia de un joven romántico en busca del amor absoluto, un nuevo modelo de novela moderna. Invitado por el duque Carlos Augusto a vivir en Weimar, una de las capitales culturales del momento, Goethe se mudó allí en 1775, y alternó diversos cargos oficiales con apasionadas investigaciones científicas, en tanto que empezaba a trabajar en sus grandes dramas Egmont y Fausto. La concepción de estas obras se vería transformada por una estancia en Italia entre 1776 y 1778, considerada por la crítica el evento más trascendental de su vida artística. La arquitectura, el arte y la literatura de la antigua Roma y del renacimiento introdujeron a Goethe al espíritu clásico presente en Egmont (1788) y en Torquato Tasso (1790), que, junto con un primer fragmento de Fausto, inauguraron el así llamado período clásico de la literatura alemana. Pese a la oposición a sus nuevas ideas estéticas en Weimar y al escándalo provocado por su unión de hecho con la joven Christiane Vulpius, el autor se instaló de nuevo en la ciudad en 1778 y, tras concentrarse por un tiempo en sus labores científicas, retornó a la literatura animado por la amistad de su amigo y colega de letras Friedrich Schiller.
Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister (1795), otro duradero paradigma literario, anticipa una nueva y dinámica etapa creativa de Goethe en el nuevo siglo, en la que completó la primera parte de Fausto, llamada a convertirse en texto canónico de la literatura occidental. La novela Las afinidades electivas (1809), el relato de su periplo en Italia Viajes italianos (1816) y la colección de poemas Diván de Oriente y Occidente (1819) figuran entre sus obras más recordadas, dentro de la rebeldía prerromántica del Sturm und Drang y concluye con la madurez intelectual y el equilibrio clásico de la segunda parte de Fausto, publicada póstumamente en 1832. Considerado el último europeo en encarnar el ideal renacentista del hombre universal, Goethe legó a la posteridad, a su fallecimiento en este último año, la primera gran obra literaria del espíritu individualista moderno.

WERTHER

Las desventuras del joven Werther, escrita por Wolfgang Goethe, publicada por primera vez en 1774, es la novela, escrita en forma epistolar, que abrirá el paso al romanticismo y encabezará el movimiento nacional del Sturm und Drang. Además, será la primera obra nacional conocida internacionalmente.
El joven Werther se había retirado a un pueblecito con el ánimo de curar sus males depresivos y cambiar su carácter amargado, tal vez con la paz de la naturaleza lo lograría, desde allí siempre escribe a su amigo Guillermo, sobre su mejoría, contándole que la gente es igual, que los hombres trabajan para vivir y que, cuando creía haber alcanzado su objetivo, fue invitado a un baile en el campo, siendo su pareja una joven señorita, quien a su vez le pidió a Werther, recogiera a su amiga Carlota, prometida de Alberto, el cual está en Suiza, habiendo ocurrido lo que él no deseaba para sí, pues se enamoró apasionadamente de ella.

La gente había dispuesto un baile en el campo, al que debía yo asistir. Tomé por pareja una señorita bella y de buen genio, pero de trato indiferente, y convinimos en que yo iría con un coche a buscar a esta señorita y a su tía, que la acompañaba, para conducirlas al sitio de la fiesta, y convinimos, además, en que, al paso, recogeríamos a Carlota. “Vais a conocer a una joven muy hermosa”, me dijo mi pareja mientras atravesábamos la gran selva y nos acercábamos a la casa. “Cuidado con enamorarse”, añadió la tía. “¿Y por qué?”, pregunté yo. “Porque ya está prometida a un joven que vale mucho y que, por haber perdido a su padre, ha tenido necesidad de hacer un viaje para arreglar sus asuntos y solicitar un buen empleo.”
Escuché estos detalles con bastante indiferencia (…)
Ya había yo bajado del coche, cuando llegó una criada a la puerta del patio y nos dijo que hiciésemos el favor de aguardar un momento, que la señorita Carlota no tardaría en salir. Atravesé el patio y avancé hacia la casa: cuando hube subido la escalinata y llegué a la puerta contemplaron mis ojos el espectáculo más encantador que he visto en mi vida. En el vestíbulo, seis niños, desde dos hasta once años de edad, saltaban alrededor de una hermosa joven, de mediana estatura, vestida con un sencillo vestido blanco, adornado con lazos de color rosa en las mangas y en el pecho…”
Una vez en el baile, Werther y Carlota bailaron:
¡Es preciso verla bailar! Lo hace con todo su corazón, con toda su alma, todo su cuerpo está en una perfecta armonía, y se abandona de tal modo, con tanta naturalidad, que parece que para ella el baile lo resume todo y que no tiene otra idea ni otro sentimiento. Mientras baila, lo demás se desvanece ante sus ojos.

Para Werther, Carlota es una joven dueña de todas las perfecciones, sencilla e inteligente, de gran belleza y serenidad, sensible y amorosa con sus seis hermanos pequeños huérfanos de madre. Werther se enamora perdidamente, aunque Carlota está prometida a Alberto, joven más práctico que Werther. Alberto representa el orden, la frialdad la clase social alta de la época. Aprovechando la ausencia de éste, Werther visita con frecuencia a la joven. Cuando Alberto vuelve, traba amistad con Werther. Éste aún dudando de los sentimientos de Werther, le permite continuar viendo a Carlota. El amor que siente Werther va en aumento cada día que pasa, y se acrecienta mucho más aún cuando adivina que Carlota, arrastrada por la fuerza de su pasión, se siente atraída hacía él también. Angustiado decide alejarse, aceptando un cargo diplomático y desde la lejanía le escribe a Carlota. Al poco tiempo, se entera del casamiento de Carlota con Alberto.
Werther decide que alguno de los tres ha de morir, y ése será él. Va a visitar a Carlota el domingo antes de Nochebuena. Carlota pide a Werther que le lea su traducción de Ossian y se echan a llorar porque veían su propio infortunio en el destino de esos nobles héroes.

Entonces es cuando Werther, desesperado, se atreve a besar a Carlota:
Un torrente de lágrimas, que brotó de los ojos de Carlota, desahogando su oprimido corazón, interrumpió la lectura de Werther. Éste arrojó a un lado el manuscrito y, apoderándose de una de las manos de la joven, vertió también amargo llanto. Carlota, apoyando la cabeza con la otra mano, se cubrió el rostro con su pañuelo. Víctimas él y ella de una terrible agitación, veían su propio infortunio en la suerte de los héroes de Ossian , y juntos lo lloraban. Sus lágrimas se confundieron. Los ardientes labios de Werther tocaron el brazo de Carlota; ella se estremeció y quiso alejarse; pero el dolor y la compasión la tenían clavada en su asiento como si una masa de plomo pesase sobre su cabeza (…) Se arrojó a los pies de Carlota completa y espantosamente desesperado, y cogiéndole las manos las oprimió contra sus ojos, contra su frente (…).
El mundo desapareció para ellos; él la estrechó entre sus brazos, la apretó contra su pecho y cubrió de frenéticos besos los temblorosos labios de su amada, que balbucían palabras entrecortadas.
“¡Werther!”, murmuraba ella con voz ahogada y desviándose; “¡Werther!”, repetía, y con suave movimiento trataba de alejarse. “¡Werther!”, exclamó por tercera vez, ya con acento digno e imponente.
Él se sintió dominado; la soltó y se arrojó al suelo como un loco. Carlota se levantó y, completamente turbada, indecisa entre el amor y la cólera, le dijo: “Es la última vez, Werther; no volveréis a verme.” Y lanzando sobre aquel desgraciado una mirada llena de amor, corrió a la habitación inmediata y se encerró en ella.
Werther extendió las manos sin atreverse a detenerla. En el suelo y con la cabeza apoyada en el sofá, permaneció más de una hora sin dar señales de vida.
Al cabo de este tiempo oyó ruido y volvió en sí. Era la criada que venía a poner la mesa. Se levantó y se puso a pasear por la habitación. Cuando volvió a quedarse solo, se aproximó a la puerta por donde había desaparecido Carlota y exclamó en voz baja: “¡Carlota! ¡Carlota! Una palabra sola, un adiós siquiera…”
Ella guardó silencio. Esperó, suplicó, esperó de nuevo… Por último, se alejó de la puerta gritando: “¡Adiós, Carlota…, adiós para siempre!”

Después de este hecho, Werther se retira, y en su casa se queda dormido. Al día siguiente escribe una carta a Carlota:

“Esta es la última vez que abro los ojos; la última, ¡Hay de mí! Ya no volverán a ver la luz del Sol; estarán cubiertos por una niebla densa y sombría (…) “¡Esta mañana es la última!” Carlota apenas puedo yo darme cuenta del sentido de esta palabra: “¡La última!” Yo, que ahora tengo la plenitud de mis fuerzas, mañana rígido y sin vida estaré sobre la tierra. ¡Morir! ¿Qué significa? Ya lo ves: los hombres soñamos siempre que hablamos con la muerte.
He visto morir a mucha gente; pero somos tan pobres de inteligencia, que no sabemos nada del principio y del fin de la vida. En este momento todavía soy mío…,todavía soy tuyo, sí, tuyo querida Carlota; y dentro de poco…,¡separados…, desunidos, quizá para siempre! (…)
¡Oh! ¡Perdóname, perdóname! Ayer… aquél debió ser el último momento de mi vida. ¡Oh, ángel! Fue la primera vez, si la primera vez que una alegría pura y sin límites llenó todo mi ser.
Me ama, me ama… Aun quema mis labios el fuego sagrado que brotaba de los suyos; todavía inundan mi corazón estas delicias abrasadoras. ¡Perdóname, perdóname! Sabía que me amabas; lo sabía desde tus primeras miradas, aquellas miradas llenas de tu alma; lo sabía desde la primera vez que estrechaste mi mano. Y, sin embargo, cuando me separaba de ti o veía a Alberto a tu lado, me acometían febriles dudas (…) Todo perece, todo: pero ni la misma eternidad puede destruir la candente vida que ayer recogí en tus labios y que siento dentro de mí ¡Me ama! Mis brazos la han estrechado; mi boca ha temblado, ha balbucido palabras de amor sobre su boca. ¡Es mía! ¡Eres mía! Sí, Carlota; mía para siempre. ¿Qué importa que Alberto sea tu esposo? ¡Tu esposo! No lo es más que para el mundo; para ese mundo que dice que amarte y querer arrancarte de los brazos de tu marido para recibirte en los míos es un pecado. ¡Pecado!, sea. Si lo es, yo lo expío. Yo he saboreado ese pecado en sus delicias, en sus infinitos éxtasis. He aspirado el bálsamo de la vida y con él he fortalecido mi alma. Desde este momento eres mía, ¡eres mía, oh, Carlota! voy delante de ti; voy a reunirme con mi Padre, que también lo es tuyo, Carlota; me quejaré y me consolará hasta que tú llegues. Entonces volaré a tu encuentro, te acogeré en mis brazos y nos reuniremos en presencia del Eterno; nos uniremos con un abrazo que nunca tendrá fin. No sueño ni deliro. Al borde del sepulcro brilla para mí la verdadera luz. ¡Volaremos a vernos! ¡Veremos a tu madre y le contaré todas las cuitas de mi corazón! ¡Tu madre! ¡Tu perfecta imagen!”

Después de escribir la carta, Werther manda al criado para pedir prestadas las pistolas de Alberto para su viaje, que Carlota le entrega temblando. Werther se suicida y es descubierto por su criado, quien avisa al médico y a Alberto. Al enterarse de la desgracia, Carlota se desmaya. Werther expira a las doce del mediodía.

Un vecino vio el fogonazo y oyó la detonación; pero, como todo permaneció tranquilo, no se cuidó de averiguar lo ocurrido. A las seis de la mañana del siguiente día entró el criado en la alcoba con una luz y vio a su amo tendido en el suelo, bañado en sangre y con una pistola al lado. Le llamó y no obtuvo respuesta. Quiso levantarle y observó que todavía respiraba. Corrió a avisar al médico y a Alberto. Cuando Carlota oyó llamar, un temblor convulsivo se apoderó de todo su cuerpo. Despertó a su marido y se levantaron. El criadoles dio la fatal noticia; Carlota cayó desmayada a los pies de su marido.
Cuando el médico llegó al lado del infeliz Werther, le halló todavía en el suelo y sin salvación posible. El pulso latía aún, pero sus movimientos estaban paralizados. La bala había entrado por encima del ojo derecho, haciendo saltar los sesos (…) A las doce del día falleció Werther.
La presencia del administrador y las medidas que tomó evitaron todo desorden. Hizo enterrar el cadáver por la noche, a las once, en el sitio que había indicado Werther. El anciano y sus hijos fueron formando parte del fúnebre cortejo; Alberto no tuvo valor para tanto.
Durante algún tiempo se temió por la vida de Carlota.
Werther fue conducido por jornaleros al lugar de su sepultura; no le acompañó ningún sacerdote.

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Werther


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